La vida puede cambiar en un minuto. Andrea Vianini tuvo ese minuto que lo cambió todo el domingo 4 de octubre de 1970, cuando su coche voló descontrolado en el veloz Autódromo de Las Flores, durante una carrera de Sport Prototipos.
No fue un accidente más de los muchos que acostumbraba a tener Vianini, dueño de un estilo veloz, sin especulaciones y temerario en demasía.
Un estilo que guardaba relación con su manera de encarar la vida, siempre de frente, con el permanente desafío a todo, propio de quien como Andrea, sintió, desde que en Milán nació el 19 de octubre de 1942, el respaldo de una buena cuna, aunque sus primeros días estuvieron signados por los bombardeos de la Segunda Guerra.
Sin ser fatal, aquel accidente de Las Flores fue el último. Daños irreparables en sus vértebras lo postraron a una silla de ruedas con parálisis casi total. Un duro golpe que debió asumir.
No fue sencillo como no lo debe ser para nadie, y menos, para quien de tener todo lo que quería con sólo pedirlo, pasó a la impotencia de verse limitado casi a la mínima posibilidad humana y condicionado a la ayuda ajena.
Duros y largos años, donde poco a poco se fueron marchitando esos laureles ganados en sus incursiones en el Turismo en los 60, aquel recordado triunfo con Nasif Estéfano en las 12 Horas de Reims y el privilegio de haber sido el primer ganador en el Oscar Cabalén con la legendaria Garrafa amarilla de TC.