En 1976, Volkswagen lanzaba el Golf D, uno de los primeros compactos diésel de la historia, si no el primero.
La práctica caja diseñada por Giugiaro, a dos años de su lanzamiento, montaba un vetusto cuatro cilindros atmosférico de 1.471 cc de cilindrada.
Con muchas vibraciones y un funcionamiento áspero, desarrollaba 50 CV a 5.000 rpm y un par motor de 80 Nm a 3.000 rpm.
Llegar a los 100 km/h consumía 19,0 segundos y su velocidad de punta era de 140 km/h. No obstante, las reviews de la época reseñaban que era un motor vivo, cuidadoso para subir de marchas y con una entrega de potencia máxima al límite del corte de encendido.
La razón es que el motor estaba basado en el bloque I/0 827 de gasolina. El bloque recibió refuerzos en algunas zonas y también unos nuevos pistones, además de una culata específica, como es lógico.
Poniendo su consumo en perspectiva, consumía una media de 6,5 l/100 km. El actual Volkswagen Golf 1.6 TDI BlueMotion, con 105 CV acelera de 0 a 100 km/h en poco más de 11 segundos, llega más allá de los 190 km/h y consume una media de 3,8 l/100 km.
Tiene más de dos veces su potencia, más de tres veces su par motor, y la mitad de consumo. Todo ello, midiendo 60 centímetros más y pesando 500 kg adicionales. Creo que a eso se le llama progreso, evolución técnica en estado puro.
En 1980 se lanzó una evolución de este motor, que con 1.6 litros de cilindrada ya entregaba 54 CV a 4.800 rpm, 100 Nm de par motor y un consumo reducido de media a 5,7 l/100 km.
La evolución ya era imparable, y tras acoplar un turbocompresor a ese motor en 1982 su potencia ya creció hasta los 70 CV, con unas prestaciones que ya empezaban a parecerse más a las de un gasolina.