El desarrollo de modelos autónomos sufrió un duro revés en el día de ayer. En Arizona, Estados Unidos, un coche sin conductor atropelló y mató a una mujer de 49 años. Este lamentable suceso se convirtió en la primer muerte por autos autónomos de la historia, y atesta un fuerte golpe a la industria, principalmente, en lo que hace a la confianza de los consumidores.
Según la policía, la mujer caminaba por la senda peatonal con su bicicleta cuando fue arrollada por una Volvo XC90, pertenenciente a Uber, la compañía de servicio de transporte. Si bien era un autónomo, trascendió que había una persona detrás del volante durante el accidente, que hacía las veces de conductor de seguridad. Según testigos, el coche no disminuyó la velocidad y el clima estaba despejado y seco.
Uber manifestó su cooperación con las autoridades, además de ofrecer sus condolencias. Asimismo, suspendió todas su pruebas de vehículos autónomos en Estados Unidos y Canadá.
A pesar de la situación, los fabricantes siguen insistiendo con la tecnología autónoma. Los más optimistas indican que este tipo de innovaciones son capaces de evitar el 50% de los accidentes actuales, minimizando el impacto del error humano en el tránsito. Es imposible no retrotraerse al año 2016, cuando un Tesla en modo Autopilot chocó contra un tráiler que cruzaba en Florida, matando a su conductor.
La cuestión de fondo es la capacidad que tengan las máquinas de responder antes las excepciones. Programadas estrictamente para obedecer órdenes y normas, se encuentran "engañadas" frente a comportamientos "ilógicos" de los peatones u otros conductores. El gran desafío de los fabricantes, ahora, es doble. Además de perfeccionar los sistema tecnológicos, deberán luchar nuevamente por ganar la confianza de los consumidores.