Hablar del Citroën 2 CV significa remontarse en buena parte de la historia del siglo XX hasta llegar a 1934, cuando la marca del doble chevrón no estaba atravesando un buen pasar económico y pasó a ser administrada por la familia Michelin. A partir de ese momento, empezó a trabajar allí el ingeniero Pierre Jules Boulanger, que decidió crear un automóvil que cubriera las necesidades básicas de la población francesa, que aún se radicaba mayoritariamente en el campo.
Para lograr su objetivo, Boulanger reunió a los mismos cerebros que idearon el revolucionario Traction Avant; el ingeniero André Lefebre y el escultor italiano devenido en diseñador, Flaminio Bertoni. La premisa era clara: crear un vehículo económico, simple, liviano, un “paraguas con cuatro ruedas” con capacidad para que viajen dos pasajeros cómodos con sombrero, que pueda cargar una bolsa de 50 kg en la parte trasera, con un consumo de 3 litros cada 100 km y con una suspensión capaz de salvaguardar a las cargas frágiles de los toscos caminos rurales. Esta última consigna fue resuelta genialmente por Alphonse Forceau, con una suspensión independiente en las 4 ruedas que funcionaba gracias a un elemento multielástico único para cada lateral colocado longitudinalmente que interconexionaba ambos ejes (en criollo, dos tachos con bastante grasa donde trabajaban independientemente los resortes de cada brazo de rueda).
Para 1939, el TPV (Toute Petite Voiture/Vehículo Todo Diminuto) estaba listo para su presentación en el Salón de París, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial cambió drásticamente la historia y los planes de Citroën. Casi todos los prototipos fueron destruidos, desmembrados o enterrados, con el fin de que no cayeran en manos de los nazis. Si bien los libros cuentan que uno de ellos fue capturado y llevado a Wolfsburgo para su estudio, lo cierto es que los franceses escondieron tan bien al TPV que recién en 1995 se pudieron encontrar a tres ejemplares que habían permanecido en un granero en las afueras de París.
Una vez pasado el trajín de la guerra que sacudió al mundo, en 1948 hizo su debut oficial el Citroën 2CV, con un motor bicilíndrico refrigerado por aire de 375 cc y una potencia de 9 CV (cabe señalar que los 2 caballos a los que refiere el modelo se tratan de caballos fiscales, por eso la diferencia). El éxito del modelo fue tal, que para adquirirlo había que anotarse a una lista con dos años de demora.
El 2CV llegó a la Argentina en 1960, con un motor de 425 cc de 12 caballos que con el correr de los años fue evolucionando para pasar a los 13,5 CV y finalmente a los 18 CV. En 1970 el motor se agrandó hasta los 602cc, con una entrega de potencia de 32 CV. Para diferenciar este modelo, en nuestro país se optó por cambiarle el nombre, dándole origen al 3CV.
Sinónimo de extrema simplicidad mecánica, andar suave y una emblemática simpatía, la “ranita” ,"tortuguita" o “citruca” supo ganarse el corazón de muchas personas, tanto de los que disfrutaron de él como su primer vehículo como de los aficionados por la ingeniería que se siguen deslumbrándose por su creativa y económica concepción.
Citroën TCV, el prototipo del 2CV